¡Aciaga Rosa! Que con las perlas de rocío que yacen sobre ti, la dulzura de tu aroma, la suavidad de tus pétalos y la belleza de tu forma inmarcesible, has lenificado la coraza de mi alma.
Mi mal ceñida pasión es también culpable, pues vehementemente me he acercado para tocarte y respirarte, así resistí y olvidé el dolor que a la par llevan tus aleznadas espinas.
Has ajado, has zaherido al corazón de mí corazón, sin embargo, mi alma languidece con vesania, anhelante de la esencia químicamente pura de tu belleza.
Por eso es que con voz estentórea te repito: ¡Aciaga Rosa, eres la dualidad incrustada en el camino: mi vida y mi perdición!