“El
hombre es. La sombra parece. El hombre pone su honor en el mérito propio y es
juez supremo de sí mismo; asciende a la dignidad. la sombra pone el suyo en la
estimación de los demás y renuncia a juzgarse; desciende de la vanidad…en los
dignos, el propio juicio antepónese a la aprobación ajena; en los mediocres, se
postergan los méritos y se cultiva la sombra… el vanidoso vive comparándose con
los que le rodean, envidiando toda excelencia ajena y carcomiendo toda
reputación que no puede igualar; el orgulloso no se compara con los que juzga
inferiores y pone su mirada en tipos ideales de perfección que están muy alto y
encienden su entusiasmo”
José Ingenieros
José Ingenieros
¡Harto y fastidiado y considerando que Ingenieros,
tiene toda la razón! El material fáctico dado, lo demuestra. La gran mayoría de los hombres son mediocres, no les
interesa nada más que ir pasando el camino, son viles e inútiles borregos que
se conforman con lo menos y no aspiran a lo más. Las cosas buenas cuestan y el rebaño no está
dispuesta a esforzarse por ellas, quizás el problema está en que ni siquiera
sabe que existen tales cosas. Cuando se le quiere mostrar el camino recto berrean, patalean y lloran, su
mediocridad es tan mullida, tan confortable y tan conocida, que se refocilan en
mamarrachadas y viven, si a eso se le
puede llamar vivir, como autómatas en la estolidez pura refocilándose en estado
de apocamiento mental permanente. Parecería que los aderezos de la zafiedad son
tan exquisitos a su paladar que no quiere dejar de chuparlos.
Sin ideales, sin cultura, sin abstracción, sin intención de superarse, apáticos, pero eso sí, con un catálogo infinito de pretextos y justificaciones para no esforzarse; pasan la vida y se dejan llevar como una veleta de sus pasiones, de sus ideales superfluos, o circunstancias; son una multitud de Raskolnikovs que intentan obtener lo más trabajando lo menos; son como el señor Meursault de Camus que se guía por sus placeres; son el hombre masa de Ortega y Gasset que no sabe pensar ni razonar y se deja llevar por lo fácil y agradable.
¡Estultos
inberbes! Su coquetería y esencia consiste en ser ignorantes y permanecer en la
ignorancia. ¡Ah, obstinación estulta, eres un fruto tan bello y exótico, digno de una
apología, de un elogio o un ditirambo! Tus adoradores se refocilan con tu compañía pero tienen miedo de tocarte, pues entre las pocas cosas que saben está, que si te tocan, te marchitas y te llevarías a la tumba su estilo de vida: tendrían que salir de su apocamiento mental permanente para alcanzar pensamientos propios y abstractos, arrostrarían la realidad con valentía, tomarían decisiones, trabajarían por ser mejores, en conclusión, tendrían que ser libres y pensantes y eso es demasiado terrorífico: ¡Salgan, salgan de su
caverna! ¡Hay luz acá afuera! ¡Hay mucha luz y un mundo por descubrir!...
¡Bah,
tonterías! ¡Ahora soy yo el estulto! ¡Pero que les va a importar!
Mejor
elogiemos sarcásticamente a la locura con Erasmo o con los ensayos de Montaigne
y desternillémonos con las chanzas que en su nombre podemos hacer, pues las
mieles de la obstinación, afortunada o desgraciadamente, ahora me resultan
acres y no cuento con el bálsamo de Fierabrás, ni con el soma de Huxley, ni con unas
gotas del río Estigia que me hagan olvidar el mal rato. Creo que esas lecturas
y estas palabras son los catalizadores pertinentes para mi ira estulta. Así, y
sólo así, no sufriré decepciones ni terminaré entre una multitud de colmilludas
y estúpidas bestias como Pico della Mirandola; o como el hijo de la comadrona Fainarate o como la
única mujer representada por Sanzio en la escuela de Atenas. Nada mejor que intentar
ejercer la prudencia Aristotélica en mi calidad de “arrogante estulto idealista
consuetudinario.”
Si y solo si despertase con los gritos y golpes que se les propinan en su orgullo, pero parece imposible y hasta Platónico, si llegan a salir de su apocamiento el efecto será breve, pues los consejos novedosos serán como gotas lábiles que tocarán el tallo de su vida pero que no alcanzarán las profundas raíces de su terquedad. Son peritos en la materia, algo así como zafios experimentados que conjugarán la práctica con la teoría y, con palabras fingidas, se creerán aptos para el cambio cuando así lo decidan y lo quieran -como si la buena intención pudiera salvarlos de su incompetencia-. ¡Ah, cuanta razón tiene Sófocles al advertir que es común a todos los hombres cometer errores! Pero que triste es no hacer algo por cambiarlos y no obstinarse en ellos. No hay duda, la obstinación es otro nombre de la estupidez… ¡de cuantos males hay, el peor es la estulticia!
En fin, estoy cansado y creo he alcanzado la catarsis contra de la estulticia propia y la ajena.
Bueno...me pareció genial...me encanta como escribes...Y tu dialecto...Y coincido contigo en todo...Creo que andaré mucho por tu blog...Un saludo...Maharet...
ResponderEliminarMuy cierto profe
ResponderEliminarEs interesante el lenguaje que predomina en el texto, la forma en la cual cautiva al lector, me resulta admirable .. .Espero siga escribiendo
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