La piedra y el escultor

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Imagina tener frente a tí un bloque de mármol de Carrara de más de 5 metros de altura y un peso aproximado de 6,000 kilogramos; está a tu entera disposición para plasmar en él aquello que te represente, te apasione y te haga palpitar más allá de tu propia muerte… la composición de la piedra no es de excelente calidad, pues ante el primer golpe del cincel, la cristalización que caracteriza al marmol pierde cohesión, además, el bloque no es uniforme en cuanto a sus dimensiones debido a que resulta demasiado alto y estrecho, el bloque tampoco es virgen, pues cuenta con diversas fracturas y cortes en su interior, la piedra tiene cicatrices, deformaciones e imperfecciones, de quienes creyéndose capaces de esculpir en ella, la han maltratado y estropeado y ante las dificultades de la empresa decidieron abandonarla a la intemperie.

Con esas viscisitudes un escultor decide trabajar la piedra, no de manera vulgar, sino con un profundo ideal, por ello piensa, delibera e imagina… realiza bocetos, dibujos y modelos a pequeña escala de cera o terracota que le proporcionen una visión premiliar de aquello que sabe, existe previamente en el marmol y que puede y debe ser mostrado a la luz; así dentro de su trabajo preliminar, considera las fracturas, las fallas, la historia y los vicios de la roca como una guía, pero no como un impedimento para continuar con su trabajo, pues es conocedor de que enfrente de sí, hay una obra con un gran potencial que requiere de sus actos y compromiso.

Mientras realiza estas acciones se pregunta si no es su estulticia idealista consuetudinaria la que lo lleva a intertarlo una vez más para responderse con cierta ironía que sí, pero ello no importa, pues es precisamente ese ideal lo que da sentido a la vida del artista. En un primer acercamiento con el martillo en mano, suave y delicadamente bate el cincel contra la roca, sabe que muchas piedras no han resistido, por lo que advierte su respuesta y golpe tras golpe con mayor potencia, se empieza a atisbar que del bloque de marmol salen un pie en el que los dedos evidencian que se trata de la extremidad inferior derecha, después da paso a los gemelos y cuadriceps de la pierna que parecen estar en tensión, como si la sangre empezara a circular por las venas.

En este momento, nuestro escultor ha decidido que el  cuerpo debe empezar  a girar, por lo que la pierna izquierda se adelanta a la derecha la cual, se une en la cadera para dar paso al sexo, ombligo, torax, pecho y hombros; el brazo izquierdo se eleva y se flexiona hacia la cara a la altura del hombro, mientras que el brazo derecho se deja caer hasta que la mano toca el muslo; el torso ha sido ligeramente curvado y la cabeza con menton, labios y nariz empiezan a surgir.

El trabajo es gradual, no se puede crear una obra de un día a otro, así el escultor se acerca a la piedra en diferentes estadios y en un torbellino de  emociones, bate la roca con alegría, ansiedad, tristeza, rabia y miedo, pues recuerda que ha trabajado muchas otras piedras que no soportaron el cincelado. Nuestro escultor está por terminar su obra… el pelo es risado, el ceño está fruncido y muestra unas cejas enjuntas, deja para el final los ojos, los parpados resultan profundos y delimitan la esclerótica, el iris se encuentra centrado y ligeramente elevado, finalmente, en un arranque de delicada ansiedad esculpe las pupilas contraídas mirando hacia un objetivo lejano en el norte y con el último golpe grita ¡fiat lux!

La obra ha sido liberada y con la mirada hacia atrás y el trabajo realizado, el artista agradece haber encontrado esa piedra, sabe que la obra conserva su esencia, sus fracturas y sus fallas, que la obra lo trascenderá a él mismo pero siempre replicará, sútilmente,  lo que el artista es y en él quedará la marca de lo que ha creado. 

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