Era una tarde soleada de mitad de semana, la gente venía y pasaba de una acera a otra ensimismada en sus propias elucubraciones sin preocuparse por el tránsito vehicular que se encontraba vetado, sin embargo, sus murmullos se ahogaban en el constante accionar de las máquinas utilizadas en la remodelación de la Calle Madero que desembocaba en el Zócalo de la Ciudad de México, algunos se detenían ante los ya famosos muñecos vivientes, fue la primera vez que vi a una especie de mago inerte cuya piel áspera y negra mostraba unas cejas y barba blancas que cubrían su faz inexpresiva, un reluciente traje color morado con estrellas blancas y un gorro con las mismas características completaban su atuendo, con gran paciencia permaneció inmóvil hasta que un niño no mayor a diez años dejó caer una monedita en frente del plato que custodiaba aquel ser mágico, entonces empezó a moverse y en una demostración de su técnica histriónica sacó una varita mágica y rápidamente hizo un globo con forma de perro que regaló al niño, después de darle las gracias a aquel pequeño, regresó a su primer estado. Después el ya conocido hombre azteca con su mujer que se dejaban fotografiar por los transeúntes y un hombre vestido de blanco que, previa gratificación, escribe tu nombre en hebreo.
Todos los negocios se interconectaban con aquella calle polvosa y llena de obreros y transeúntes por medio de unas tablas que permitían acceder a los negocios respectivos, en la primera esquina colindante con la calle Cinco de Mayo sobresale una obra bellísima del barroco novohispano, la Casa de la Condesa del Valle de Orizaba o mejor conocida como la Casa de los Azulejos, tan majestuosa como debió serlo en la época en que el ejército trigarante hizo su entrada triunfal o cuando los zapatistas tomaron su café al llegar a la ciudad de México, mostraba en sus aparadores discos, chocolates, muñecas, celulares y la novedad del momento, ipads y iphons; del otro lado de la acera una señora regalaba volantes con una promoción nada despreciable para la clase económicamente baja: “No gaste en lujos, compre sus lentes completos por $360 en sólo una hora”.
El Salón Corona lucía semivacío aunque uno que otro grupo de jóvenes que seguramente habían “volado” clases convivían entre risas y cervezas; los centros joyeros, aunque mostraban poca afluencia de clientes, demostraban una vida y organización propia, en los primeros pisos se vendía oro y plata en sus diversas presentaciones, anillos, arras, cadenas, colleras, pulseras, relojes, todos realizados con una belleza y técnica artesanal mexicana pero, evidentemente, no podían faltar las tiendas de las grandes marcas como Bizzaro, Tous, Baccarat, Dior, Hermes o Mont Blanc, mientras tanto en el tercer piso los artesanos del material áureo y anexas, trabajaban en pedidos especiales o en arreglar la vieja joyería con gran valor sentimental además de monetario.
En otra esquina sobresale el Oratorio de San Felipe Neri o mejor conocido como La Profesa, viejo templo católico del siglo XVIII con tres naves de estilo barroco y estilo neoclásico en su interior, en la entrada puede ver a una vieja señora que con una estampita del Señor del Consuelo le explica a una niña lo milagroso y venerado que es este Cristo de tez morena crucificado en una cruz latina con los lados trabajados en oro que deslumbra e iluminan con el sol del atardecer.
De esta forma llegaba al zócalo cuando de repente un vagabundo se puso atrás de mí, sacó un cuchillo y con un lenguaje más que vulgar me ordenó darle mi cartera y celular, cuando estaba a punto de hacerlo aquél hombre trastornado por los efectos del alcohol encajó rápidamente su cuchillo en mi espalda baja y huyó despavorido ante los gritos de una mujer que presenció la escena final.
Yacía en el suelo sufriendo un dolor punzante y fatal que recorría todo mi cuerpo, estaba lleno de miedo, sabía que ese era mi final y me arrepentía de no haberle dicho a mi novia que la amaba con todo mi corazón, de no haberle dado un último beso a mi madre y de haberme peleado con mi hermano por una cuestión que ahora resultaba más que fútil, la sangre empezaba a recorrer mi garganta y antes de que un policía llegara a mi lado exhalé mi último aliento…
Desperté con la respiración agitada y bañado en sudor en mi respectiva cama, todo había sido un sueño pero vivido con tanta nitidez en los colores, olores y sabores, que me había parecido tan real como cualquier otro día de mi vida.
Wow Cris!... me encanto esta entrada, ademas porque describes fascinantemente los lugares que a mi gusto son los mas bellos de esta ciudad!...
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