Animales simbólicos que no leen

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 Toda palabra que pertenece a un lenguaje necesariamente nombra algo, sea un concepto ostensible como perro, vaca,  águila, etc., o no ostensible como la libertad, la justicia, el derecho, la prudencia, etc., pero en el momento en que los conceptos son utilizados por alguno de nuestros interlocutores, automáticamente pensamos en alguno de estos animales o en las abstracciones propias de los conceptos no ostensibles de las que nos hemos allegado en nuestra mente.

En ese contexto, podemos afirmar que entre las principales características del homo sapiens, se encuentra la capacidad simbólica para desplegar un lenguaje que  permite comunicar, pensar y abstraer lo que se transmite sin necesidad de ser visto, crea un mundo inteligible lleno de conceptos y de abstracciones mentales que no necesita ser percibido por los sentidos para entenderlos. Pero ¿A qué se refiere esa capacidad simbólica? ¿Qué entendemos por símbolo? Según la Real Academia de la Lengua Española, un símbolo es una representación sensorialmente perceptible de una realidad, en virtud de rasgos que se asocian con ésta por una convención socialmente aceptada, para SAVATER, un símbolo es un signo que representa una idea, una emoción, un deseo, una forma elegida socialmente para referirse o comunicar algo.[1]

Nuestra capacidad para representar encuentra difusión a través de los elementos portadores de comunicación lingüística, tales como los libros, los diarios, el telégrafo, el teléfono y la radio que nos permiten difundir información, ideas y cultura con palabras sin necesidad de ser vistas, favoreciendo con ello la capacidad de pensar y de abstracción del ser humano.

Sin embargo, la forma de comunicarnos se ve seriamente modificada con la televisión y las comunicaciones multimedia que dan primacía a la imagen antes que a la capacidad de hablar, de pensar y con ello de abstraer. Este cambió en la educación produce una atrofia y pobreza cultural que empobrece nuestra capacidad de entender,  pues la imagen produce imágenes y anula conceptos, no permite desarrollar la capacidad abstracción y de raciocinio generados a través del lenguaje y con ello el saber.  En México el panorama no es alentador, pues en muchas ocasiones el grueso de la población elige ver la televisión después de un día de arduo trabajo o perder el tiempo en internet, antes de leer un buen libro o un periódico, lo que evidentemente genera una pobreza en nuestra capacidad de análisis y de abstracción.

Como reflexión final podemos hacer referencia a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que  coloca a México en el lugar 107 entre 108 países, en lo que se refiere a hábitos de lectura,  ya que los mexicanos leemos en promedio 2.8 libros al año.



[1] SAVATER, Fernando, Las preguntas de la vida, Editorial Ariel, 10ª edición, España, 2004, p.286

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