Poco más de dos meses han pasado desde que inicie mi “aventura obligada” en los blogs y honestamente, veía muy difícil llegar a cincuenta entradas, pase por todos los estados de ánimo al escribir: contento, triste, desanimado, motivado, aburrido, fastidiado, nervioso, impaciente, presionado, etcétera. Debo aceptar que para mi gusto unas entradas son mejores que otras, pero creo que al final pude equilibrar cantidad con calidad (aunque debo aceptar que me hubiera gustado tener un número menor de entradas obligatorias para dedicarles un poco más de tiempo), entre mis favoritas están: Rashomon o sobre la fe en los seres humanos, Gavroche o sobre la riqueza del lenguaje, Crónicas de un enamoramiento anunciado, Soledad y ¿Qué quieren de nosotros?
Bueno, basta de recuentos, y vayamos al quid de esta entrada: Derechos y equidad de género, la semana pasada tuve la oportunidad de leer algo de Ramón López Velarde, autor de Suave Patria, y me quedé maravillado al leer cómo retrata la idea de una igualdad y equidad entre hombres y mujeres pero a la vez apela a los “sinsentidos” exigidos por las mujeres apelando a la caballerosidad, ha aquí el extracto que me sacó más de una risa:
“Una señorita, cuyo nombre no recuerdo, reclamaba, días ha, desde las columnas de no sé qué diario, el derecho de las mujeres a los asientos del tren eléctrico, a cualquier hora y contra cualquier varón. Más cortesía y menos comodidad, decía la señorita. Además, la reclamante juzgaba vergonzoso el espectáculo de los trenes a la una de la tarde y a las ocho de la noche. Una colonia Roma o un Santa María eran, para la quejosa, la comprobación de que lso hombres ya no somos más que congéneres de Barba Azul, agraviando al mismo.
Supongamos que la señorita se llama Carmen Ortiz, porque necesitamos llamarla con algún nombre. Supongamos que Carmelita ha ardido en ira, yendo de pie y con hambre, a bordo de un tren, por Bucareli o por La Rosa. Supongamos, finalmente, que la razón la asiste en su querella contra los descastados que la dejan ir de pie. Yo, personalmente, estoy de acuerdo en todo con la señorita Ortiz. Ella me permitirá, no obstante, oponer algunos reparos, para que los desvanezca su docto y perspicaz juicio.
Podría un espíritu estrecho hallar algo de incoherencia en los fundamentos de la demanda de Carmelita. (Perdón por la prematura confianza que voy gastando; mi confianza nace de mi simpatía). La señorita Ortiz reclama, una veces, porque tiene igual derecho que el hombre, porque la liberación d ela mujer ha sido ya lograda por el progreso, porque el cerero de cualquiera mujer pesa lo mismo, o más, que el del presidente Poincaré… Otras veces Carmelita (mi respetuosa admiración me obliga a pedir perdón de nuevo) quiere el asiento del tren simplemente porque es mujer.
No seré yo quien discuta un título que toma su fuerza en la galantería, y menos tratándose de la señorita Ortiz, que tanto sabe, y cuya belleza no se ha de frustrar con sus hábitos políticos. Pero su otra argumentación, la jurídica, ¿no es deleznable? ¿Cómo podrá Carmelita desalojar de su asiento a un gordo o a un flaco, si existe la teoría del primer ocupante? El flaco y el gordo retorcerían el argumento de la igualdad de derechos, como se dice en la dialéctica escolástica, que, de fijo, es desdeñada por la potencia de la muy avanzada Carmelita…”
Hasta aquí mi ya de por sí larga transcripción, pues mi objetivo es reflexionar sobre la equidad de género desde algo tan sencillo como un asiento ocupado en un tren hace más de noventa años, si desean leer completo el argumento de López Velarde, les recomiendo adquirir la revista Relatos e historias de México, año 2, número 26, octubre de 2010 y en las páginas 54 a57 encontrarán la historia completa bajo el título de “La novedad urbana”.
No puedo terminar estas líneas sin volver a celebrar: ¡Por fin llegué a las cincuenta entradas!
EN MI PUNTO DE VISTA MUY PERSONAL ESTA MUY BIEN QUE LAS MUJERES QUIERAN RESALTAR!! O QUE SE AFERREN A ALGO COMO "CARMEN ORTIZ" EN EL ASIENTO DEL TREN.
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